La NASA captura una extraña ‘mancha’ blanca en desierto del Sahara

Una imagen capturada desde la Estación Espacial Internacional (EEI) ha sorprendido a los científicos.

Lo que parecía un posible cúmulo de nieve sobre el volcán más alto del Sáhara es, en realidad, un depósito de sal procedente de un lago antiguo ya extinguido.

 Esta formación mineral ha quedado incrustada en la caldera del Emi Koussi, un coloso volcánico de 3.415 metros de altura situado en el norte de Chad. La imagen fue capturada el 29 de diciembre de 2024 durante la misión Expedición 72, mediante una cámara Nikon Z9 equipada con un objetivo de 200 milímetros.

Desde la órbita terrestre, esta instantánea ha proporcionado una vista clara de la cima del volcán, donde resalta una superficie blanca en contraste con la roca oscura circundante. El cráter se encuentra aproximadamente 745 metros por debajo de la cumbre y alberga los restos de un lago salado que desapareció hace milenios, pero cuya huella sigue siendo visible incluso desde el espacio. 

Los científicos de la NASA han señalado en una publicación oficial que las formaciones visibles en las laderas del volcán (como los canales erosionados por antiguos flujos de agua) representan evidencias claras de un clima más húmedo. 

Estos surcos, que proyectan sombras apreciables desde la órbita, muestran cómo el agua moldeó el paisaje durante miles de años, incluso en un entorno donde hoy predomina la aridez extrema.

La imagen, etiquetada como ISS072-E-423041, forma parte del programa del Centro Espacial Johnson, cuyo objetivo es estudiar los cambios geológicos desde el espacio.

 En este caso, permite observar no solo la actividad volcánica pasada, sino también las huellas de una hidrología desaparecida hace aproximadamente 5.000 años. Hacia el norte, una alineación de conos volcánicos y respiraderos conecta el Emi Koussi con otra gran formación conocida como Tarso Ahon. 

Entre ambos se localiza una zona deprimida que alberga cañones profundos, algunos de hasta 600 metros de profundidad. Estos canales indican que en esta región existieron redes fluviales complejas, capaces de drenar agua tanto hacia el este como hacia el oeste.

Este fenómeno geológico refuerza la idea de que el Sáhara, lejos de ser siempre un océano de arena, vivió etapas de fertilidad en las que lagos, ríos y lluvias eran parte del ecosistema dominante.

 La complejidad del drenaje sugiere además que la topografía estuvo influida no sólo por la actividad volcánica, sino también por patrones de precipitación mucho más generosos que los actuales.

Los especialistas de la NASA destacan que estos restos de actividad hídrica (lechos secos, salinas elevadas y cañones) son testimonio de que el desierto fue en otro tiempo un lugar lleno de vida. “Estas características refuerzan la creciente evidencia de que el Sahara no siempre fue tan seco como lo es hoy”, concluye el informe publicado por el Observatorio de la Tierra.

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